El calzado de seguridad y el pie

Hace unos años publiqué un artículo sobre calzado laboral en la “revista decana de la protección y salud en el trabajo – Formación de Seguridad Laboral”.

Como últimamente ya son varios pacientes que me han consultado por este tema, he rescatado la publicación para aquellos que trabajan en entornos en los que sea necesario llevar este tipo de protección.

 

El calzado de seguridad y el pie.

Javier Ruiz Escobar. Formación de seguridad laboral. P. 47-48. Reyper impresión S.L. 2017.

Qué duda cabe que la seguridad en entornos laborales con riesgo asociado es fundamental. Uno de los elementos de protección de mayor importancia es el calzado. Sin embargo, es motivo de rechazo entre algunos usuarios, por lo que comprender mejor su origen y funciones, así como seguir unos simples consejos, nos puede ayudar a adaptarnos mejor a su uso diario.

El primer calzado de seguridad aparece en 1904 en las fundiciones de Estados Unidos, como protección frente a las altas temperaturas. No obstante, el aplastamiento de los dedos era el accidente más habitual, por lo que en 1910 se crea en Cleveland un calzado con punta reforzada por fibras, siendo sustituidas en 1925 por elementos de acero.

En la década de 1950 se extiende el uso profesional del calzado de seguridad en países de nuestro entorno, hasta que en 1989 los elementos que conforman el calzado de seguridad laboral quedan plasmados en el Acta Única Europea con una directiva sobre los Equipos de Protección Individual (EPI).

Proteger el pie en el marco de un entorno industrial es una necesidad que nadie debería obviar, pero también es cierto que un trabajador al que no le molestan los pies se concentrará mejor en su tarea.

Aunque el riesgo de traumatismos en los dedos del pie por caída de objetos pesados o por aplastamiento fue el primero en detectarse debido a su frecuencia, existen otros más específicos en algunos puestos de trabajo, como cortes, perforación, etc.

Al calzado con punta reforzada se le une la suela antiperforante o piezas insertadas en la caña de la bota que protegen en gran medida contra estos riesgos. Los avances en este tipo de calzado llevan también a incorporar materiales que no acumulan electricidad estática, necesarios en entornos inflamables.

Por otra parte, la exposición a vibraciones repetidas favorece el desarrollo de artropatías a edades más tempranas de lo habitual, lo que justifica el diseño y la aplicación de plantillas a medida basados en los criterios clínicos propios de la especialidad de podología.

Hoy en día en todas las empresas hay trabajadores que exponen impedimentos a la hora de utilizar el calzado de seguridad, siendo los motivos esgrimidos variados:

– Peso excesivo, que deriva en fatiga muscular al final de la jornada laboral (talalgias, sobrecargas musculares, anomalías en la distribución de las presiones plantares, etc.)

– Falta de flexibilidad en la caña del calzado debido a los refuerzos necesarios para su protección.

– Modelos no adaptados a la morfología de determinados pies que provocan ajustes dolorosos o incómodos.

– Mala aireación lo que favorece la hiperhidrosis, macerando la piel, lo que posibilita la aparición de patologías como la bromohidrosis o micosis.

La inclusión de elementos de protección aumenta considerablemente el peso del calzado, sin embargo, hemos observado como la sustitución progresiva de metales por plásticos de alta resistencia aligeran el calzado, siendo el peso recomendado para que éste influya lo menos posible en la correcta actividad laboral de 500 gramos o menos.

Por otra parte, las diferentes hormas existentes permiten, según el modelo, adaptarse a una mayor tipología de pies. Además, presentan, por regla general, espacio interior suficiente para la implantación de soportes plantares u ortesis digitales a medida, que el podólogo puede indicar y fabricar con el objetivo de compensar trastornos morfoestáticos.

Actualmente existen modelos que se asemejan al calzado deportivo o de senderismo, pero que no consiguen en muchos casos solventar el principal problema que muchos de nuestros pacientes refieren, el recalentamiento del pie durante la jornada laboral.

Aproximadamente el 50% de las personas que emplean calzado de seguridad refieren problemas por hipersudoración, aproximadamente el doble que la población en general.

¿Qué recomendamos en un calzado laboral de calidad? (Las siguientes recomendaciones pueden verse afectadas en función de las necesidades particulares de protección que el puesto de trabajo requiera).

 

  • Antepié: El zapato debe dejar espacio en los dedos, tanto en altura como en anchura, con un espacio distal de mínimo 10 milímetros para evitar impactos en la punta de los dedos. Además, y para facilitar el despegue en cada paso es recomendable un quebrante de puntera que genere un efecto “balancín” durante la última fase del paso.
  • Mediopié: La suela debe ser rígida a la flexión, este hecho permite al pie trabajar menos, por lo que algunos de los dolores asociados al movimiento disminuyen. Además, la caña del calzado debe permitir la incorporación de una plantilla a medida siempre que el caso lo requiera.
  • Retropié: Anatómica, debe permitir la adaptación al talón e incorporar un contrafuerte posterior para su mejor protección.

 

¿Qué podemos hacer para adaptarnos mejor al calzado de seguridad?

 

Guardar el calzado en un lugar que permita su correcto secado en 10 horas o menos.

Calcetines gruesos de algodón, suaves, cuyo mantenimiento debe ser especialmente cuidadoso. Recomendamos siempre cambiarlo, al menos, una vez al día.

Higiene estricta del pie empleando jabones no alcalinos, y secando posteriormente a conciencia los pies, especialmente entre los dedos para evitar maceraciones.

Controlar el desgaste del calzado para prevenir posibles pérdidas en sus capacidades protectoras.

Acudir al podólogo, no solo cuando perciban algún problema, sino como medida de prevención. Una correcta revisión de su podólogo puede ayudar a anticipar problemas futuros.

La elección de un correcto calzado laboral debe ser el fruto de la colaboración entre la empresa que lo proporciona, el trabajador y el podólogo.

Finalmente, el mejor tratamiento es aquel que se basa en la prevención. Es por ello necesario ser conscientes de la importancia que tienen los pies, teniendo en cuenta que son la base que nos permite mantenernos erguidos. Asimismo, insistir en su correcta protección nos ayudará a desarrollar nuestra labor de manera más eficaz y segura.

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